El
poder ardía abrasándole las manos. Aunque él no sentía ningún dolor. Ya que
seguía intentando canalizarlo y concentrarlo. De sus manos paso a devorar sus
brazos. Si continuaba así, terminaría consumido por completo y no quedaría de
él más que un montoncito de cenizas. Que a la más mínima corriente se
dispersaría por todos los rincones. La habitación estaba llena de cenizas, que
se habían ido acumulando con todos y cada unos de los aspirantes que no
lograron dominar la fuerza primigenia.
Y
la energía seguirá esperando a alguien lo suficientemente poderoso como para
dominarla. Así, ya no continuaría abrasando todo lo que tocara.
© M. D. Álvarez