sábado, 27 de abril de 2013

Fuego y cenizas.



            El poder ardía abrasándole las manos. Aunque él no sentía ningún dolor. Ya que seguía intentando canalizarlo y concentrarlo. De sus manos paso a devorar sus brazos. Si continuaba así, terminaría consumido por completo y no quedaría de él más que un montoncito de cenizas. Que a la más mínima corriente se dispersaría por todos los rincones. La habitación estaba llena de cenizas, que se habían ido acumulando con todos y cada unos de los aspirantes que no lograron dominar la fuerza primigenia.

            Y la energía seguirá esperando a alguien lo suficientemente poderoso como para dominarla. Así, ya no continuaría abrasando todo lo que tocara.

© M. D. Álvarez

Cisterna.



- ¡Calla y arregla de una vez la cisterna del váter, que gotea! –Le recriminó ella desde la cama.

- ¡Enseguida corazón, pero antes tengo que arreglar las cañerías! – Dijo él, bajando la tapa del váter y tirando de la cisterna.

-¡Ves otra vez está goteando y no me deja dormir!. Dijo entre sueños

-Voy tesoro. Bueno ya está, a que ahora no gotea. –Respondió el, después de cerrar la llave de paso de la cisterna. Y pensando para si dijo: “Tengo que arreglarla antes de que se despierte mañana. Sino seguro que me mata.

Pero se quedó dormido y al despertar se dio cuenta de que no lo había arreglado. Y la vio a ella con los brazos en jarra y con cara de pocos amigos...


© M. D. Álvarez          
 

Scila y Caribdis.



Disfrazado de vendedora de manzanas y con un generoso escote. Así, de esa guisa tocó la puerta. Se comenzó a inquietar. Le habían dicho que no se fuera sin entregar la cesta de manzanas. Respiró aliviado cuando comenzaron a abrirse los trece cerrojos.

Desde el otro lado se escuchó una voz sensual que le decía: - Tú no eres Caribdis.

- No señora. Me dijeron que tenía que entregar este cesto de manzanas. –Dijo inocentemente.

De repente, fue succionado y tragado por un monstruoso remolino de dientes y tentáculos. Ese fue el plato fuerte, después se tragó el cesto de manzanas. Y a esperar otros 500 años.

-He de reconocer que Caribdis tiene sentido del humor. Ahora me toca a mí romperme los cuernos pensando en cómo enviarle un rollizo mozalbete que aplaque su hambre durante otros 500 años.

© M. D. Álvarez

jueves, 25 de abril de 2013

El reencuentro.

Había algo en aquel ser que me atraía, me resultaba vagamente familiar. Sus ojos de un color ambarino, me escrutaban hasta lo más profundo de mí ser.

Me acerque un poco más y pareció asustarse, pero no retrocedió. Espero a que yo diera el primer paso y avanzo cauteloso.

- ¿No me conoces? –le oí decir

 - Me eres vagamente familiar.

 - Tienes, mis mismos ojos. –dijo mientras sus colmillos asomaban, bajo una dulce sonrisa.  
- Te prometo que no te dolerá, hija mía. – Dijo, antes de morderme el cuello.

Al fin, había encontrado a mi padre y los dos, somos ahora criaturas de la noche.

© M .D. Álvarez

En el ara de sacrificios.



            Ahora me encuentro al pie del ara, apunto de ser sacrificada a un dios sin nombre. A la espera de que alguien me rescate y me libere de mi inmolación.

            Ya es tarde. Veo venir al oficiante con la daga de diamante. Además para eso me ofrecí. El sacerdote con su toga especial para sacrificios de color azul con borlas doradas y filigranas en color sangre, esta listo. Levanta la daga con ambas manos y zas…

            … la hunde en mi corazón.

            Pero como es posible si aun estoy viva. Entonces me doy cuenta de que morí y mi espíritu se niega a avanzar; por algún motivo permanezco en este lugar.

© M. D. Álvarez

El empecinado:



El pie izquierdo no me quiere hacer caso. Por mucho que yo quiera ir hacia un lado, él se empecina en llevarme a otro lado El problema se agravó en el coche, lo arranque y nada más hacerlo, pisó el acelerador a fondo, empotrándome contra un pilar de hormigón rompiéndome muchos huesos, salvo los de mi pie izquierdo.

Postrado en el hospital, no me deja descansar da saltos de alegría. El condenado parece encantado con haberme  destruido.

©M. D. Álvarez

viernes, 5 de abril de 2013

Dulce licor.



Él, lleno de ardor y desprecio, pensaba en el final. Un final que ella no se esperaba, pensaba que había encontrado a su príncipe azul.

Él, la llevo a un reservado donde la invito a unas copitas de absenta. A él le gustaba el sabor que le daba a la sangre. Y espero a que ella cayera rendida sobre el diván, donde sin perder tiempo la mordió y succionó toda su sangre.

Sintió como una oleada de excitación que le acompañó desde al primer sorbo, hasta que ya no le quedó ni gota.

En cuanto acabo sintió la ansia de seguir bebiendo y volvió a la fiesta a por mas.

M. D. Alvarez 

Disolviéndome.



            Estaba en un banco y oyendo música en mi MP3. Me invade una agradable sensación, con el sol dándome en el rostro y a 6º de temperatura, se agradece el calor de la parca que llevo.

            Siento que estoy desapareciendo, como si mis moléculas se dispersaran en los tenues rayos de este sol tan débil. Noto como me voy diluyendo y el mismo sol que me daba, comienza a evaporarme. Emprendo el viaje hacia arriba como una entre un millón de partículas de agua, en un viaje cíclico. De mi solo queda la ropa y el MP3. No dejo a nadie atrás.

© M. D. Álvarez

jueves, 4 de abril de 2013

Noches de tormenta.



Que se arrime un poco más al borde de la cama. –Sugirió con paciencia al tercero, pues sabía lo que venía a continuación.

Siempre que había tormenta por la noche, terminaban todos durmiendo en su cama. Es lo que tenía ser el hermano mayor y no tener miedo a las tormentas. Menos mal que tenía una cama grande, aún cabían apretaditos los siete hermanitos, más el perro y el gato.

Aquella tormenta fue espectacular, con rayo, truenos y centellas. Pero el sabía como quitarles el miedo. Les dijo que los rayos, los truenos y las centellas son ruidos que hacen los dioses del universo cuando se enfadan y pelean entre sí. Al final siempre acababan con un aguacero que lavaba su mal humor y volvían a celebrar opíparos banquetes, hasta su siguiente bronca.

© M. D. Álvarez