La
caja tenía unos seis metros de largo por dos de ancho y uno y medio de alto. Su
exterior de madera noble de ébano, estaba primorosamente grabada con motivos
exotéricos. La tapa estaba laboriosamente trabajada y fuertemente sellada con
los cerrojos más resistentes que había en aquellos tiempos. ¡Al parecer no
querían que saliera lo que había allí dentro!
Aunque
de algún modo se habían roto los cerrojos y la caja permanecía abierta, de ella
emanaba una esencia y un perfume
embriagador.
La
doncella permanecía embelesada, ajena a lo que iba a ocurrir. La caja era
demasiado grande para contener aquel aroma tan dulce. La jovencita se acercó a
la caja y se asomó al borde. La imagen que vio la aterrorizo y paralizó.
En
un interior sin fondo, se podía apreciar a una criatura tan espeluznante que
resultaba casi imposible que aquella fragancia surgiera de aquel engendro. Pero
de allí procedía el aroma más embriagador de todos. La esencia era un cebo para
atraer a dulces doncellas que, a pesar de quedar horrorizadas por aquel ser en
cuestión, caían dentro del arcón que se cerraba tras ellas. Encerrándolas hasta
que soltaran toda su esencia de juventud que era atrapada por el ser que hacía
suya la esencia, para seguir atrayendo a jovencitas incautas.
® M. D. Álvarez