miércoles, 19 de marzo de 2014

Arcángeles caídos por una broma.

La vergüenza que nos ganamos aquella noche, en cambio, nos acompañaría para siempre, al igual que el merecido escarmiento que sufrimos por llevar a cabo la broma más pesada de todas las que habíamos realizado.

Pero nos pareció genial bajar a la tierra y aparearnos como si fuéramos dioses con las mortales. ¿Como íbamos a saber que nos pillarían y nos expulsarían al lugar más oscuro y tenebroso del universo, en compañía de nuestros cabecillas Lucifer, Abadón, Asmodeo, Beelzebú, Samael y Leviatán?. Que como bestias heridas, traman la más oscura de las venganzas, sin saber que,  Él lo sabe todo y todo lo ve.

M. D. Álvarez

miércoles, 12 de marzo de 2014

Made in USA.

Arrastrando los pies por el peso del equipo de combate. Se fue internando en la espesura sin saber que se encontraría tras cada roca o árbol que aparecía ante sus narices.

Supo que algo iba mal cuando escuchó aquel click que activó la mina que estaba camuflada entre la hojarasca.

Un segundo después voló por los aires junto a todo su equipo de batalla. No le había dado tiempo a disparar su fusil, ni a ver a su enemigo.

Pero lo que si pudo vislumbrar fue la mina antipersonas que le estalló bajo sus pies.

¡Era de las suyas! Made in USA.

©M. D. Álvarez

miércoles, 5 de marzo de 2014

Amor verdadero.

Tanto visitante inesperado lo había alterado hasta tal extremo que no reconocía ni a sus hijos. Así que lo dejaron descansar para que se calmara y pudiera reconocer a su querida Juani.

Pero él ya sabía quien era su Juani. La amaba desde que la conoció siendo niños.  Sólo quería estar con ella y que todo lo demás desapareciese. Junto a ella no había dolor, había alegría. Era su rayo de luz que le guía por el buen camino. Sin su presencia todo sería caos y destrucción.


©M. D. Álvarez

El almacén del ático.

Y allí sigue, en silencio, acumulando polvo, junto al proyector de cine, el barco pirata y la nave espacial. A la espera de que le den su oportunidad como a los demás de servir para algo más que acumular polvo junto a más cachivaches.

Todos habían tenido su propósito que una vez llevado a cabo los desterraba al almacén del ático, pero él no había cumplido su misión. En su cartelito, se podía leer: “Armagedón”

©M. D. Álvarez

Escualo con chistera

En medio del huerto, un imponente piano de cola había brotado, sus teclas de marfil mudas y sin alma, esperando a que alguien se sentara y acariciara su sonido dormido. Pero no cualquier alguien: un escualo con chistera apareció, desafiando las expectativas.

Sus aletas, en lugar de dedos, aporrearon las notas con una precisión inesperada. El piano, como si hubiera estado esperando toda una eternidad, respondió con una melodía extraordinaria. Las ramas de los árboles se mecieron al ritmo, y las flores parecieron inclinarse en reverencia.

El escualo, con su sombrero elegante y ojos astutos, se sumergió en la música, como si hubiera encontrado su verdadera vocación. Las teclas, antes mudas, cobraron vida bajo sus aletas. Cada nota era un destello de genialidad, una revelación.

Y entonces, en un momento de claridad, me di cuenta de la verdad, no era el escualo quien estaba bajo los efectos de la medicación. Era yo. El piano, el huerto, incluso el cielo azul, todo era parte de un delirio farmacológico. Mi mente había tejido esta escena surrealista, y el escualo era simplemente un reflejo de mi propia locura.

Así que me senté junto al piano, acariciando las teclas de marfil con manos temblorosas. La melodía continuó, y supe que, aunque fuera un espejismo, era hermoso. El escualo me miró con ojos comprensivos, como si supiera que estábamos atrapados en el mismo sueño.

Y así, en ese rincón olvidado del mundo, tocamos juntos. El escualo y yo, dos almas perdidas en un jardín de ilusiones. El piano vibraba con cada nota, y yo me dejé llevar por la música, olvidando por un momento mi propia cordura.

Quizás, solo quizás, la locura tenía su propia belleza. Y en ese instante, mientras las notas se elevaban hacia el cielo, supe que no quería despertar. No todavía.


© M. D. Álvarez